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—Cuando yo me haya ganado mas la confianza de su padre, me decia, y vea él bien claro que yo soy un hombre digno y honrado, yo la pediré en matrimonio, Luisa, y entónces aseguraremos nuestra felicidad eterna.

Y con estas conversaciones yo sentia diariamente que mi cariño aumentaba por él, al extremo de andar yo misma buscando la oportunidad de hablarlo, cosas bien fácil, porqué mi padre pasaba fuera del almacen una buena parte del dia.

Arturo me obsequiaba siempre con ramos de flores, bombones delicados y masitas.

Y yo, habituada á la miseria espantosa en que vivia, recibia cariñosamente aquellos obsequios.

—Yo desearia regalarle otras cosas que usted necesita, me decia, pero las veria su padre y entónces todo se echaria á perder y sería capaz de despedirme de su casa, lo que sería mi muerte.

Así, nuestros amores iban creciendo, mecidos por la esperanza de un porvenir mejor.

El aprecio de mi padre por Arturo aumentaba tambien, al extremo de llegar á subirle el sueldo voluntariamente.

Con este motivo habíamos llegado á considerarnos felices, pues dados estos antecedentes, mi padre no se negaria á dejarnos casar.

—El secreto está en no pedirle nada, me habia dicho Arturo, sinó en hacerle creer que se le dá.

Siendo yo su hijo político, él pensará que gana un dependiente á quien no pagará sueldo en adelante y todo queda así perfectamente arreglado.

Yo creia en el amor de Arturo, como se cree en las verdades de la religion.

No pasábamos separados un solo momento del dia, pues cuando él no estaba en nuestro gabinete de trabajo, estaba yo en el despacho.

Y cada dia sus palabras eran mas ardientes y mas entusiastas.

Fuera del cariño de mi padre yo no habia conocido mas cariño que el de Arturo.

El habia despertado mi corazon á las sensaciones del amor, y mi cariño por él era completamente ciego.

Si él me hubiera dicho cualquier enormidad yo la habria creido sin vacilar.

Cuando le pagaban su sueldo mezquino, siempre lo empleaba en obsequios para mí, obsequios que yo recibia llena de placer, pues fuera del anillo que me dejó aquella dama de mi padre, yo no habia jamas recibido obsequios de ninguna clase.

Arturo me traia pequeñas joyas que yo guardaba para que mi padre no las viera y me traia flores y demostraciones de su recuerdo en pañuelitos, perfumes y todas aquellas cosas que una mujer tanto agradece.

Yo concluí por amar á Arturo de tal manera, que lo apresuré á que diera el paso deseado respecto á mi padre.