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y triste, necesitando un millon de cuidados para moverme de un punto á otro.

Aquel hijo que llevaba en las entrañas era lo que me hacia esperar en mi mayor felicidad.

Por él me perdonaria mi padre, siendo ademas la fuerte cadena que habia de ligar á Arturo á mi lado toda la vida.

Por conservarlo, no habia sacrificio que yo no afrontara, pues él era la garantia que yo tenia de una vida mejor.

Ese mismo dia Arturo arregló la cuenta del hotel, tomó pasages hasta Génova y nos pusimos en camino.

Aquel viage fue incómodo de una manera imponderable, porqué yo iba llena de dolores y llena de cuidados.

Una vez en Génova, nos fuimos á casa del padre de Arturo, donde el buen viejo nos recibió con los brazos abiertos y lleno de felicidad.

Yo tuve que hacer cama; el viaje me habia hecho daño, sufria horriblemente y estaba amenazada de un desembarazo desgraciado.

Allí supe lo que habia sucedído en mi casa despues de nuestra partida.

Mi padre habia estado á buscarme en casa del padre de Arturo, y sabiendo que ni yo ni él estábamos allí, habia dado por terminada sus diligencias.

—No pienso gastar dinero, en buscarlos ni tiempo que vale mas que el dinero, dijo, ya volverán cuando quieran y cuando se cansen de andar vagando, convencidos de que así no se puede vivir.

Desde entónces el padre de Arturo no lo habia visto mas; ni siquiera habia enviado un recado para preguntar por mi salud.

—Me parece que ese hombre quiere mas á su dinero que á su hija, dijo su padre á Arturo, y tu asunto se hace mas dificil, contra todo cálculo.

Puede ser que el nieto pueda mas en su espíritu que lo que puede su hija; veremos á ver, aunque ya te digo que ese hombre no tiene cariño sinó para su dinero.

Este modo de pensar me afligió de una manera inmensa.

¿Qué sería de mí si mi padre no consentia en nuestro casamiento á pesar de todo?

No me quedaba otro recurso que seguir viviendo así, hasta que el tiempo y la muerte vinieran á resolver la cuestion.

Pero esto mismo de estar pensando en la muerte de mi padre era algo que me causaba una angustia suprema y que no estaba en mi modo de ser ni de pensar.

Me parecia que Dios podia castigarme y hacer morir á Arturo ántes que á él.

Mi estado delicado y esta eterna mortificacion de mi espíritu hizo que mi hijo naciera enfermizo y amenazando morirse á cada momento.

Esto vino á aumentar de una manera poderosa la amargura de mi espíritu y traté á todo trance de reconciliarme con mi padre.