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no solo para hacerla mas accesible á sus palabras amorosas, sinó para que no sintiera el tiempo que pasaba rápidamente y que podia hacerle pensar en volver al casino.

—Una noche, despues de haber conferenciado mucho entre los dos, agregó Luisa tomando de nuevo su interrumpido relato, el viejo fué á ver á mi padre para hablar con él de una manera definitiva.

Mi padre, segun el de Arturo, lo recibió bruscamente, aunque le dejó exponer la causa de su inesperada visita.

—Es preciso, don Luis, que usted consienta en el matrimonio de los muchachos, le habia dicho.

Ya tienen un hijo y es preciso cubrir las apariencias y perdonar la calaverada tan natural en los jóvenes.

La gente murmura y al fin y al cabo Luisa es su hija y usted ha de caer envuelto en la crítica.

—Si yo supiera que á su hijo lo habia impulsado una pasion verdadera, dijo mi padre, yo podia perdonar el pecado y consentir en su casamiento, pero estoy profundamente convencido de lo contrario y de que con ello no lograria sinó amarrar á mi hija á una desventura eterna.

Su hijo no se ha enamorado de Luisa sinó de su fortuna, y como yo me negué á su casamiento, hizo lo que ha hecho, no impulsado por un amor violento, sinó por un cálculo frio.

Creian que con eso y con el cuento de cubrir las apariencias me arrancarian el consentimiento negado.

Estoy convencido que una vez casados, Arturo destrozaria cuanto dinero pudiera agarrar, en calaveradas naturales en su edad y su corazon frio, abandonando á mi hija y haciéndola completamente desgraciada.

Yo no quiero contribuir á la desgracia de mi hija y hoy le repito lo que le dije entónces.

Yo no he trabajado como trabajé para que un haragan se divierta y triunfe.

Para mi hija mi corazon siempre está abierto y mi fortuna tambien.

A pesar de todo lo sucedido, á pesar de su falta, aunque tuviera ochenta hijos, yo la recibiré con el cariño de siempre y volverá á ser para mí lo que siempre ha sido.

Pero dejarlos casar para que un cualquiera venga á abandonarla para gastar en fiestas lo que yo junté á fuerza de fatigas, nó, y mil veces nó.

Esta es mi respuesta última y definitiva.

No me importune mas ni me venga con esas cosas, que ya sabe mi modo de pensar.

Cuando ustedes se aburran de tenerla y gastar con ella, ya saben que yo la vuelvo á recibir como siempre.

Es probable que esta misma gestion suya sea hecha porqué está aburrido ya de sostenerlos; yo soy muy franco.

No se aflija entónces por esto y mándemela aquí.

La prefiero mil veces como está á verla acompañada de un hombre que no la quiere.