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Hecha mi provision de ropa y convenido mi viage, no tenia mas que esperar la partida del vapor donde habíamos de embarcarnos.

Ya sabes tú, que eres italiano tambien todo el encanto que despierta en nosotros la palabra América, el país de las grandes fortunas y de los placeres vírgenes.

La idea, la certitud de que me venia, habia despertado en mi un mundo de ilusiones y de encantos que me tenian embriagada por completo.

Mi padre era el que mas lamentaba mi viage, porqué perdia en mí su sistema secreto de teneduría de libros.

Pero no habia mas que conformarse y tener paciencia, puesto que no habia otro remedio.

El dia de la partida llegó por fin y nos embarcamos, acompañándonos mi padre hasta á bordo.

Todo mi pasado doloroso habia desaparecido de mi memoria, llenándose mi fantasía de los encantos de América á donde nos dirigíamos.

Mi padre me habia dado una carta para su hermano, donde me dijo que me recomendaba á él y le pedia me atendiese y ayudase en todo para que llegase á ser una mujer de provecho y de porvenir.

Despues supe que en aquella carta mi padre hacia á su hermano toda mi historia, sin omitir el menor detalle ni las verdaderas razones de mi viage.

Si yo hubiera sabido esto, no le hubiera dado la carta á mi tio; pero ¿cómo me iba á imaginar que mi padre tenia interés en publicar mis miserias?

Nos embarcamos para Buenos Aires y desde aquel momento Génova murió para mí; salia de allí con la firme resolucion de no volver mas en mi vida.

El viaje fué sumamente alegre y feliz.

Veníamos tantas amigas juntas, que no habia tiempo de fastidiarse.

Todo á bordo era motivo de alegría y de distraccion.

Desde la hora de comer los pasageros nos rodeaban; estos y los empleados del buque en conversacion y jarana, muchas veces hasta altas horas de la noche.

Puede decirse que yo vivia una vida nueva, completamente nueva, desde que mi pasado ya no existia para mí.

Todo nuestro deseo era llegar cuanto ántes á la deseada América, para ver de cerca todas sus maravillas y sus riquezas.

Y preguntábamos inocentemente si era verdad que los indios andaban en las calles de la ciudad y se comian á las criaturas crudas.

Estas preguntas hechas con toda ingenuidad, provocaban las risas de los pasageros y del capitan del buque, que se entretenian en contarnos historias maravillosas que nosotras creíamos á puño cerrado.

Por fin llegamos al deseado término del viaje, desembarcando en Buenos Aires sin inconveniente de ningun género.