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¿Cómo iba á rehusar aquella invitacion forzosa, cuando no habia querido otra cosa desde el principio de la noche?

Con heroicidad italiana soportó aquel avance formidable de personas que no habian pensado en otra cosa durante la noche, que en la lista de la cena que álguien les habia de pagar.

Pero para Lanza aquello podia ser el pié de relaciones mejores, y era preciso soportar aquel primer golpe en honor de lo que vendria atrás.

Olvidado alfin de todo, hasta del poco consolador estado de sus faltriqueras, Carlo Lanza entabló conversacion alegre y decidora, luciendo su conocimiento del mundo y su práctica en aquel género de aventuras.

Aquella relacion fué el punto de partida de muchas otras mas, y el domicilio de Carlo Lanza, es decir, su covacha del Hotel Washington, se volvió lo que hoy se hubiera llamado un atorradero.

Allí iban amigos á todas horas del dia y de la noche, amigos que comian y almorzaban sin preguntar jamás al mozo cuánto se debia, y gente de todo pelaje y catadura.

Y el dueño del hotel no decia una palabra, porqué harto crédito le merecia un pasagero del aspecto de Lanza, que tenia un equipage tan bien surtido.

Quince dias pasó Carlo Lanza en Montevideo, en cuyos quince dias gastó mas de quinientos patacones en el hotel, es decir, hizo en el hotel una cuenta de quinientos patacones.

Durante aquellos quince dias se convenció que en Montevideo, respecto á negocios, nada se podia hacer, puesto que no habia poblacion italiana, que era la veta que él se proponia explotar.

Montevideo no podia ofrecerle otra cosa que unos dias de buena diversion.

Así fué que se entregó sin reserva á todo lo que pudiera importar un momento de placer.

Relacionado intimamente con la crema de aquel mundo alegre y bochinchero, ya Lanza no pensó sino en exprimir á la vida todo el jugo posible.

Quebrado por quebrado ya habia llegado al último extremo, y lo mismo lo habian de ahorcar por quinientos que por mil duros.

Era cuestion de un poco de maña para sacarle el cuerpo y nada mas.

No se habia de encontrar en mayores ó menores apuros para salir del pantano.

La cuestion era llegar al fin del mes, porqué ántes, el fondero no habia de pasarle la cuenta; solemne momento que Lanza esperaba no lo tomaria en Montevideo.

Por su parte el dueño del hotel Washington, no abrigaba la menor desconfianza por un jóven que gastaba de aquella manera; si le hubiera pedido todo el hotel, todo se lo hubiera dado sin la menor reserva.

¿Cómo desconfiar de una persona que vestia con tanta elegancia y cuyo equipage debia valer una fortuna?