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Mas faltas ha de tener la vieja, y yo iba á caer inocentemente en sus garras.

Nada; está visto que esta vez el cielo me protege, y no hay que perder la ocasion.

Una sola sospecha habia entrado en el espíritu finísimo de Lanza.

El sabia positivamente que Luis Maggi era un rico prestamista de Génova, casi un banquero puede decirse, porqué algun negocio habia tenido con él la casa de Caprile.

Pero, ¿quién le garantia que Luisa era realmente su hija?

¿Quién le aseguraba que no fuera una hija natural, sin ningun derecho á herencia?

Desde que Maggi tenia un hermano aquí, la cosa era bien fácil de averiguarse, sin que nadie pudiera sospecharse con que idea lo hacia.

¿Para qué diablo tenia talento si no era capaz de averiguar una cosa tan sencilla?

Y lo mas gracioso es que él pensaba que fuera el mismo Maggi quien viniera á darle los informes en vez de ser él quien se los viniera á pedir.

Carlo Lanza, absorbido por todos estos pensamientos, se metió en su casa, no á dormir, puesto que no pudo pegar sus ojos en toda la noche, sinó á seguir meditando sobre los medios mas seguros de llevar su aventura adelante.

Por el momento todo se reducia á enamorar á Luisa, de modo que ésta consintiera en el matrimonio sin sospechar la verdadera causa.

Consentido este, todo marcharia por sí solo.

Con todo lo que habia pasado ella tendria ya alguna práctica en las cosas de la vida y podia muy bien desconfiar de que todo no fuera mas que una explotacion sobre su fortuna.

La situacion de la jóven, por otra parte, le era sumamente propicia, pues estaba desesperada de la vida que estaba obligada á llevar, y mortificada de depender de un tipo como la patrona del casino.

Todo esto venia á favorecer sus planes, asegurándole un triunfo rápido.

La cuestion por el momento era simplemente esta.

¿Convenia ya descubrir á Luisa sus planes, ó convenia esperar mas tiempo?

Esto lo decidiria mejor que nada la situacion de espíritu en que encontrara á la jóven.

Decidido á obrar segun se lo indicara el momento, ya no pensó mas en esto.

Se levantó mas temprano que nunca, puesto que de todos modos no podia dormir, y se fué al escritorio de Caprile.

Siempre eran las primeras horas de la mañana cuando podia hacer sus travesuras y sus negocitos, porqué nadie lo veia.

Era entónces que podia meter los sobres con su direccion en las cartas que escribia, para que la contestacion vienese á él y cobrar la comision del cinco por ciento sin asentar en los libros mas que el tres.