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cuanto dijera, me impuso de que habia de salir acompañada por esta.

Era preciso soportarlo todo ó producir el escándalo, y como ya te he dicho cuanto temo el escándalo, me sometí y aquí me tienes con un centinela.

—Pero esto es inícuo y no puede tolerarse, respondió Lanza.

Yo creo que esta jóven nos hará el obsequio de retirarse, pues no la queremos con nosotros.

—Yo tengo que obedecer lo que me han mandado, dijo esta subiendo la voz, y no me retiro por nada de este mundo.

Si Luisa temia el escándalo, mas lo temia Lanza, y viendo que la jóven estaba dispuesta á provocarlo, Lanza no tuvo mas remedio que apelar á la astucia.

—Está bueno, dijo, si no hay otro remedio nos someteremos, vamos á pasear y volveremos; será un paseo de tres.

Con una calma insospechable, hizo subir á Luisa á la volanta, haciendo al mismo tiempo una seña al cochero, que sonreia picarescamente ante lo que acababa de oir y el que comprendió al vuelo la seña de Lanza.

En la inmensa travesura que caracteriza á los cocheros criollos, cuando se trata de un patron que dá buena propina, este habia comprendido al momento toda la picaresca intencion de Carlo Lanza.

En cuanto Luisa se hubo sentado, éste que la habia ayudado á subir desde el estribo, saltó dentro de la volanta.

Era lo único que el cochero esperaba para partir rápidamente.

De modo que, ántes que la jóven parada en la vereda pudiera darse cuenta de la tirada de que habia sido víctima, ya el landó habia doblado la plaza del Retiro.

Cuando ella se apercibió de lo que habian hecho, ni siquiera tuvo el consuelo de prorumpir en denuestos y palabradas que no tenian objeto.

Y enfiló hacia el casino, pensando en el chubasco que por imbécil le iba á llover allí.

Luisa, reavivada ante la travesura de Lanza, reia como una loca.

Pero pasada la primera impresion de la risa, preguntó llena de afliccion:

—¿Y ahora qué vá á ser de mí? aquella mujer es capaz de sacarme los ojos si vuelvo al casino.

¡Ay, Lanza! no sé qué vá á ser de mi!

—Pero, con no volver todo está concluido, respondió Lanza, que se felicitó de aquel incidente, comprendiendo con rapidez todas las ventajas que de él podria sacar.

Pensemos ahora en nosotros, que yo estoy lleno por la inmensa felicidad de verte.

En cuanto á la bruja aquella no hay que preocuparse, que todo se evita no volviendo mas.

—Pero ¿dónde voy yo, pobre de mí? ¿dónde voy sin perderme mas de lo que estoy?

—Pero ¿dónde has de ir sinó á la misma casa de tu tio?