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preciso que me vayas ya mirando como á tu marido; ¿quién mas que yo puede darte dinero?

La jóven lo miró entónces con la expresion de un cariño infinito y venciendo sus escrúpulos con un esfuerzo visible, tomó de manos de Lanza el dinero que este le ofrecia.

Como si no hubieran esperado mas que aquello, se presentáron en la salita Maggi y la familia, volviendo la conversacion a hacerse general y animada.

A las once de la noche Lanza se puso de pié y se preparó á irse.

—Yo me quedaria toda la noche, les dijo, no solo por estar al lado de Luisa, sinó por lo agradablemente que se está entre ustedes.

Pero yo comprendo que una casa de familia no puede interrumpir sus hábitos ni salir de su modo de ser, porqué á un señor se le antoje estar de novio.

No quiero, por otra parte, hacerme pesado y fastidioso para ustedes, quiero al contrario, que cuando venga me reciban con natural agrado.

Así me retiro á horas convenientes, pidiéndoles de paso perdon por las molestias que puedo haberles causado.

Esta despedida vino á concluir de acentuar la simpatía que Carlo Lanza habia sabido inspirar desde un principio.

—Decididamente ese muchacho me gusta de alma, díjo Maggi; me gusta enormemente y no me cansaré de felicitar á Luisa.

Esta se sentia feliz como nunca pensó serlo, pues Lanza halagaba de todos modos su amor propio de mujer, y dándose vuelta á su tio le decia:

—Esto es para que usted vea que si yo era un poco callejera, no era porqué fuese una perdida, sinó porqué me gusta la vida independiente.

Si yo hubiera sido una perdida, ese hombre no hubiera tenido necesidad de casarse conmigo.

—Yo nunca dije que fueras una perdida, lo que yo decia era que la vida de absoluta independencia que querías llevar, no convenia á una familia donde hay niñas, porqué la gente es muy mal pensada.

Lanza dejó así una impresion gratísima en casa de Maggi, que aquella misma noche escribió á su hermano una larga y detallada carta.

Despues de hacer en ella toda clase de elogios de Lanza, particular y comercialmente, pasaba a fundar los motivos que habia tenido para consentir en el casamiento y precipitarlo.

Luisa necesitaba un marido á toda costa, le decia, no solo por su pasado, sinó por su porvenir mismo.

Sin marido, Luisa se iba á perder completamente, no solo por su modo de ser, sinó por la independencia de hombre que queria dar á su vida.

Solo un perdido, atraido por el olor del dinero, se hubiera casado con ella.