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Si á todos los hubiera invitado á comer no habrian cabido en la mesa.

A las cuatro de la tarde ya la casa de don Estéban tenia todo el aspecto de la fiesta que en ella debia celebrarse.

Los amigos invitados habian empezado á caer y ya la mesa estaba adornada con pavos, ramilletes y todo cuanto don Estéban habia encargado á la confitería.

Luisa se habia hecho un traje bellísimo de colores frescos y vivos que decian divinamente con el sonrosado espléndido de su semblante juvenil y alegre.

Se veia que aquella jóven, que andaba de un lado á otro arreglándolo todo, era completamente feliz.

Lanza, arrobado en la contemplacion de su futura, andaba aturdido sin darse cuenta de lo que pasaba y recibiendo con expresion idiota las felicitaciones y bromas que le dirigian sus amigos.

Ya no temia que ningun contratiempo viniera á turbar la paz de su espíritu.

Cambiaba de cuando en cuando apasionadas miradas con su amada, obsequiándola de todos modos.

Por fin llegó la hora de comer y todos rodeáron aquella mesa que parecia ser opípara, y cuya cabecera ocupó naturalmente el cura que los habia de casar.

Seguian á la izquierda los tios de Luisa, á la derecha esta y despues los invitados que apénas cabian en la mesa.

La comida no podia ser mas cordial y alegre.

Los cuerpos y las almas, las bocas y los corazones, todo lo dirijo yo hoy, decia el curita, mas alegre que gato chico ante la opípara mesa.

Durante los primeros platos solo fué mantenida por él la conversacion.

Los invitados miraban complacidos la belleza de Luisa y Lanza les decia alegremente:

—Caballeros, no me miren tanto á mí mujer que me van á hacer poner celoso ántes de tiempo.

Luisa se ponia colorada como una granada y sonreia á Lanza con un cariño infinito.

A medida que fuéron pasando los platos y el calor del vino empezó á derretir el hielo de los etiqueteros, las bromas fuéron cruzando de un lado á otro, hasta que la mesa tomó el verdadero aspecto de alegría que debia tener una mesa presidida por un cura con motivo de un casamiento.

Lanza estaba contento como puede figurarse, ante situacion semejante.

Todos querian brindar con él, pero él bebia con cierta cautela como si temiera hacer algun descalabro.

Don Estéban estaba contento y satisfecho.

Una sobrina se casaba en su casa y se casaba bien, con un muchacho de mérito segun le hacia decir el Burdeos, y su satisfaccion tenia que ser profunda.

—Lo único que siento, decia Lanza, es que mis buenos