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aquellos clientes nuevos que habia declarado suyos y manejables por su cuenta.

Y como no podia atender á las dos partes al mismo tiempo, los clientes de su casa estaban citados de once á una del dia, que era el tiempo de que él disponia para ir á almorzar.

Si acaso algun cliente inesperado caia fuera de aquella hora, Luisa estaba allí para recibirlo y señalarle la hora en que podia ver al banquero.

De esta manera quedaba bien á cubierto de cualquiera sorpresa, pues á esa hora, entre once y una, en que él no estaba en lo de Caprile, nadie habia de irlo á buscar allí, pues ya sabian que á aquella hora Lanza estaba en su casa.

Allí mismo en el escritorio sabian donde habian de irlo á buscar si algo urgente necesitaban.

Así empezó Lanza á trabajar de banquero, con los desperdicios de la casa de Caprile primero, que algo le dejaban, y con los clientes nuevos que podia sorprender y llevarlos á su escritorio, con mil ventajas imaginarias para ellos.

Su crédito era cuestion de tres meses, á lo sumo.

En cuanto empezaran á llegar cartas y acuses de recibo á las cartas y las remesas de dinero hechas por su escritorio, ya la confianza se haria absoluta entre aquellos clientes desconfiados por naturaleza y que no creen sinó en lo que palpan.

Estas cartas Lanza las habia enviado con preferencia á las del escritorio de Caprile, para que las suyas llegaran ántes.

En cuanto á las contestaciones, demoraba las de Caprile todo cuanto le era posible, para que los que se manejaban por su escritorio particular, tuvieran primero todo lo que les interesaba.

Así descontentaba á los clientes de Caprile, sin que este pudiera sospecharlo, y acreditaba su pequeño boliche.

Caprile tenia así en su escritorio un enemigo formidable, un competidor interesado en minar su crédito y arrebatarle la clientela.

Como Caprile no se metia para nada con aquella clientela de menudeo, diremos, confiada á sus dependientes, ni siquiera podia sospechar lo que pasaba.

El se entendia con la clientela gruesa, con la clientela de importancia, y con esta Lanza no se metia por nada ni habia intentado meterse, comprendiendo el peligro á que se exponia.

Cualquiera operacion intentada con esta gente que giraba gruesas sumas, podia llegar á conocimiento de Caprile y descubrirse todo el pastel.

De todos modos aquella clientela pequeña era tan numerosa, que dejaba utilidades enormes, reuniendo sus pequeñas comisiones.

Por fin empezáron á llegar las contestaciones á las cartas que él habia dirigido con el sobre preparado adentro y el recibo de las cantidades por él remitidas, quedando los clientes de Lanza plenamente satisfechos.

Como Lanza se habia demorado en entregar las cartas lle-