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Los dependientes acudiéron en el acto á prestarle su contingente, pero este era un contingente innecesano, pues ya Lanza no trataba de responder á los golpes sinó de evitarlos en lo posible y tratar de ganar la calle.

—Me dará una satisfaccion completa, ¡corpo di Bacco! gritó una vez que se vió en la calle, y prorumpió en un discurso formidable contra Caprile y su crédito.

Este intentó salir y castigar en la calle nuevamente la insolencia de aquel bribon, pero sus dependientes y sus amigos lo contuviéron.

Lanza estuvo gritando en la calle un cúmulo de insolencias de todo género, hasta que se retiró, con los golpes recibidos, pero triunfante.

La cuestion capital para él era no tener que dar explicaciones respecto á su conducta en el escritorio.

—Los golpes no dan razon á nadie, decia, y ménos al que los ha pegado, pues prueban que no ha tenido razon alguna y pierde todo el derecho que podia tener á recibir explicaciones.

De todos modos hago un buen negocio y hasta conquisto el derecho de decir que todo ha sido por no pagarme lo que me deben.

Así quedo libre de este escritorio que me ataba de una manera poco agradable.

Y esta fué la razon que empezó Lanza á dar á todos, de su salida del escritorio de Caprile.

Ya podia dedicarse por completo á los negocios suyos, atender bien á su clientela y á la venta de los artículos que á consignacion le remitiera su suegro.

Descubierto en el escritorio el negocio de la diferencia en las comisiones, empezáron á averiguar á los pocos clientes napolitanos que aun quedaban, y se supo por ellos todo lo que hemos narrado, averiguándose así todo el proceder de Lanza.

Caprile supo como habia corrido á la clientela nueva con la fuerte comision que les cobraba, y como habia reducido á la vieja levantándosela á su escritorio desde hacia mas de tres meses.

Y se siguiéron descubriendo así lentamente nuevas embrollas de Lanza y todos los negocios en que habia explotado la casa.

Caprile se encontró casualmente en la bolsa con el cliente aquel de los cuatrocientos francos de ménos que Lanza le aseguró haber devuelto y supo que no habia existido semejante devolucion.

—Por eso no he vuelto mas á su casa, le dijo aquel cliente explotado, pues estaba convencido que ahí no hubo error ninguno sinó la mas refinada mala fé: tenia la conciencia de haber sido robado.

Y si usted no despide á ese hómbre vá á concluir con el crédito de su escritorio, yo se lo aseguro.

En seguida y por un reclamo del correo se descubrió el negocio de las estampillas, lo que debia haber dejado á Lanza una utilidad bárbara.