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La tarea era improba, pero para Carlo Lanza, teniendo voluntad, no habia nada imposible ni nada difícil.

Las relaciones eran la base de todo, y empezó á hacerlas con verdadera pasion é interés.

Haciéndose conocer como capitalista tendria siempre andada la mitad del camino.

Aquellos diablos de maldicentes, tambien relacionados entre sus compatriotas podian serle de una utilidad inmensa, y trató de ganárselos por medio de la amistad y siéndoles agradable de todos modos.

Era esa una excelente base de operaciones, á no dudarlo. Todos aquellos almaceneros y tenderos enviaban fuertes letras á Italia, por medio de casas como la de Caprile y Picasso, y esto solo representaba una fortuna que, bien manejada, podia dar resultados de primer órden.

Entre tanto él trataba por todos los medios posibles de ser agradable á sus nuevos amigos, base de la posicion que pensaba formarse.

Imitando con gran talento á su patron en Génova, se habia asimilado á él de tal manera, que parecia un hombre nacido entre la riqueza y habituado á despreciar el dinero.

A lo primero que habia que atender era la cuestion de su equipage, pues sentaba muy mal en la clase de hombre que el queria aparentar vestir siempre el mismo trage y no tener dinero que gastar.

Era preciso apurar la inventiva para salir del pantano y Lanza puso en prensa su rica imaginacion.

Aquel dia y el siguiente comió en la Cruz de Malta, en el sagrado recinto de la sociedad Maledicenza y asistió al Alcázar, el teatro de las grandes calaveradas.

Y como habia paseado gran parte de la ciudad, ya pudo salir del hotel Marítimo sin miedo de perderse.

Caraccio estaba encantado con su protegido y no hacia sinó hablar de él y ponderar sus condiciones de carácter.

—Es el mejor pensionista que usted habrá tenido en su vida, decia á la señora Nina, que se encontraba cada vez mas orgullosa del jóven.

Me vá á costar gran trabajo dejarlo cuando yo me vaya, ya me he acostumbrado á andar con él como podia haber me acostumbrado con un hijo.

Es un muchacho que vale lo que pesa y que hará una gran fortuna, porqué tiene una cabeza de primer órden.

A fuerza de oir tantos elogios, los demas capitanes que vivian en el Hotel Maritimo, se habian encariñado con Lanza, invitándolo á todos sus paseos.

La señora Nina le habia tomado un gran cariño, cariño que Lanza hacia aumentar continuamente, porqué como hemos dicho le habia ganado el lado débil, y sabia contentarla y hacerle el gusto en todo.

Nina no se preocupó jamas ni un momento por el pago de su pension, y si alguna vez le preguntó si no hacia diligencias