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Lanza dió cartas para su familia á Caraccio, quien se comprometió á hacerlas llegar á su destino.

El no podría entregarlas personalmente, porqué no podría pasar hasta Biela, pero tenia con quien remitirlas de manera que llegaran con seguridad á su destino.

En aquellas cartas Lanza se limitaba á dar noticias de su salud y asegurar que estaba en camino de hacer fortuna.

Pero á Caraccio le encarecia su entrega manifestándole que en ellas recomendaba la mayor premura en los giros, porqué estaba sin recursos.

—Bueno le dijo Caraccio ántes de irse, yo en viage para nada necesito dinero, miéntras que usted se queda en Buenos Aires sin dinero, y esto no es posible aquí.

Hágame el servicio de quedarse con estos diez mil pesos, que para nada necesito, y que á usted vendrán como llovidos del cielo.

Me hago de cuenta que los dejo depositados en un banco y así en eso ménos tendré que pensar á mi vuelta, puesto que de aquí á entónces ya usted estará en otras condiciones.

Lanza hizo el aparato de no quererlos aceptar diciéndole que demasiado le debia ya, pero Caraccio tenia un modo de ofrecer que no dejaba lugar á negativa alguna.

—Si yo me perjudicara en algo al dejarle el dinero, decia, santo y bueno.

Pero, como tenerlos aquí en su poder ó en mi camarote viene á ser lo mismo, déjese de tonteras y quédese con ellos.

—Y si cuando usted vuelva me he muerto yo, decia sonriendo Lanza, ¿quién le devolverá su dinero?

—Harto sentimiento tendría con el suceso para pensar en esos pocos francos.

Eso mismo debe resolverlo á aceptar mi dinero.

Puede usted enfermarse, puede sucederle cualquier desgracia, y sin dinero su situacion seria desesperante.

Vamos, tome el dinero, porqué si no, de todos modos se lo dejaré á Nina ó á algun otro para que se lo entregue cuando yo me vaya.

—A usted no se le puede decir que no, exclamó Lanza abrazando á su amigo y tomando el dinero lleno de emocion.

Usted ha sido mi providencia en América, capitan, mi verdadera providencia, pues sin su amparo, sabe Dios lo que habria sido de mi.

—Dejémonos de paradas, si el dinero no sirviera para hacer gozar tambien al espíritu, bien podria irse al diablo, y yo demasiado pago estoy con el placer que experimento de haber podido servirlo; lo que siento es no tener cien mil francos en vez de la porquería que le he dejado.

La víspera de la partida de Caraccio tuvo lugar una verdadera fiesta en el Marítimo, á la que asistiéron todos los capitanes de buque amigos de Caraccio y aquellos grandes traviesos de la Maledicenza; que entre brindis y brindis le deseáron toda suerte de calamidades.