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¡Habian bebido como tinaja!

Fuéron al Marítimo á buscar el equipaje de Caraccio, y allí la señora Nina dió muestras de buena alegría cuando vió el estado sereno en que regresaban el capitan y Lanza.

—Los demas han naufragado, le dijo alegremente el capitan; las borrascas no son para todos y no se corren así no mas.

En fin, el mal momento ha llegado y no hay mas remedio que resignarse.

Es el viage que hago con mas pesar; no sé qué diablos tenga, que hubiera preferido quedarme en Buenos Aires un tiempo mas.

En fin, fuera tristeza que la vuelta no ha de tardar; en cuatro ó cinco meses mas, me vuelven á tener por acá.

Despedido de todos y habiendo hecho cargar su equipage, ya Caraccio nada tenia que hacer en tierra y al fin se dirigió á bordo, acompañado por Lanza.

Este quiso acompañarlo hasta su barco mismo, pero Caraccio no se lo permitió, despidiéndose en la punta del muelle.

Carlo Lanza se estuvo parado en la punta del muelle hasta que el botecito que llevaba á Caraccio se le perdió de vista confundido en el enjambre de embarcaciones que habia en el rio.

Estaba allí triste é inmóvil, pensando que la partida de aquel hombre iba á precipitar el desenlace de su situacion, que no podia sostenerse mucho tiempo mas.

¡Demasiado la habia sostenido todo aquel tiempo!

Así regresó tristemente al Maritimo, pensando una vez mas en el nebuloso porvenir que lo esperaba.

Y se recogió despues de dar un minucioso balance en el dinero que poseia.

No tenia mas que once mil pesos, ni esperanzas de poder tener un centavo mas.

Era preciso hacer durar aquel dinero todo el tiempo posible para retardar el descalabro que le vendria encima á pasos ue gigante.

¿Qué diablos podria hacer él para ganarse la vida en Buenos Aires?

Y no era esto solo lo desesperante, sinó que cualquier empleo que tomase, lo haria descender en la posicion que él mismo se habia adjudicado.

Y adios entónces esperanzas de grandes negocios y de rápida fortuna.

Sus propios pensamientos lo acobardáron y se durmió agitadamente.

Montevideo, donde podia haberse empleado ó trabajado humildemente hasta conseguir algunos medios de vida, era país muerto para él, porqué no podia ir allí sin jugar hasta su libertad personal.

Lanza durmió hasta el otro dia, en que fué la señora Nina á recordarlo y darle el pésame por la partida de su compañero.

Felizmente ya puedo manejarme solo por la ciudad, dijo el jóven, y cuento ya con algunas relaciones que él me ha dejado, y que en lo futuro me serán de alguna utilidad.