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Desde que se fué Caraccio, Lanza cambió por completo su sistema de vida.

Con aquel, siempre tenia que andar disimulando y privándose de muchas cosas para no mostrarse ante su protector como una persona disipada.

No hubiera sido prudente entregarse á cierto género de calaveradas, no teniendo para gastar mas dinero que el facilitado por Caraccio.

Cuando ménos, aquel se hubiera acobardado y habria cerrado su bolsillo.

Ahora podia entregarse sin restriccion de ninguna especie á su vida disipada, y disfrutar el dinero que le quedaba, del mejor modo posible.

Siquiera en su caida le quedaria el recuerdo de los goces que habia disfrutado.

Pagando él unas veces y dejando pagar otras á los amigos, con los que Caraccio le habia presentado, tenia de sobra para divertirse y exprimir á la vida de Buenos Aires todo el jugo que le pudiera sacar.

La señora Nina empezó á notar el cambio que se operaba en la vida de su jóven pensionista, alarmándose por las malas consecuencias que aquello podia tener para el jóven.

Todas las noches se retiraba muy tarde, cuando se retiraba, pues lo general para él era venir á la madrugada.

Esto no podia ser sinó efecto de malas juntas y habia que prevenirlo para que no fuera á sufrir algun fracaso.

—Usted está cambiando en sus costumbres, le dijo, y yo quiero cumplir con un deber haciéndole una prevencion.

Tal vez usted diga que no tengo que meterme en sus cosas, pero yo habré cumplido con un deber de conciencia.

Yo no pretendo imponerle que lleve una vida mas arreglada, ni que deje de ir á tal parte para ir á aquella, pues usted tiene bastante juicio para comprender lo que le conviene.

Lo que yo quiero decirle es que es preciso tener mucho cuidado con la gente con quien se hace amistad, porqué aquí hay muchos explotadores, muchos haraganes malos que pueden hacerlo caer en algun mal paso.

No se fie de cuanta persona se le acerque y mírese mucho en las personas con quienes se junte.

Lanza trató de tranquilizar á la señora Nina, dándole una explicacion que la satisficiera.

No le convenia que aquella mujer lo tomara entre ojos ni tuviera con él el menor motivo de resentimiento.

Así es que se apresuró á decirle:

—Yo le agradezco mucho su fina atencion, señora Nina, atencion que me demuestra el bondadoso interés que le inspiro, y la encuentro muy razonada.

Pero debo prevenirle que la gente con que yo me junto es gente buena, que me ha sido presentada por el capitan Caraccio, que hubiera sido incapaz de ponerme en relacion con mala gente.