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Pensaba que Lanza era rico, muy rico, y queria darle un golpe en regla.

—Si la suerte lo empieza á ayudar como en la famosa jugada de la sota, pensaba Lanza, juego cuanto tengo, no hay remedio.

Puede ser que la suerte me proteja y salga así de un golpe é impensadamente de mi situacion crítica.

Ambos se dirigiéron al Casino y cuando las jugadas empezáron á tomar cuerpo, el amigo de Lanza se acercó á la carpeta y empezó á jugar con la misma esplendidez de siempre.

Pero empezó tambien á perder con una insistencia aterradora.

Lanza, pálido y conmovido, estaba al lado de su amigo, siguiendo todas las peripecias del juego y asombrándose de la frialdad con que este jugaba á pesar de lo que perdia.

—Me gusta así, me gusta mucho mas así, exclamaba el amigo á su oido á cada nuevo golpe de desgracia: como en la jugada de las sotas.

Si hubiera empezado ganando no estaria tan contento.

Lo único que temo es que á lo mejor me falte el dinero y nada mas, por eso estoy jugando con cierto método.

Efectivamente, no apuntaba en todas las jugadas.

Siempre dejaba pasar algunas jugadas, y cuando le gustaban las cartas salidas apuntaba, y apuntaba fuerte.

Pero perdia siempre; aquella noche en vez de estar de suerte estaba de una desgracia insuperable.

Muchos jugadores estaban especulando con su desgracia y jugaban á favor de la banca, ganando siempre.

Era tan constante su adversidad, que Lanza mismo estuvo tentado muchas veces de jugar en su contra, no haciéndolo porqué no quiso desagradar á su amigo.

La desgracia de este siguió así constantemente hasta que se separó de la carpeta en completo estado de fundicion.

Habia perdido todo su dinero, á no quedarle ni un medio mas.

—Voy á aventar un poco esta mala suerte, dijo, y pidió al mozo dos copas de rom, invitando á Lanza á que lo acompañara.

—Poca suerte, poca suerte, le dijo Lanza, parece que esta noche anda en la mala.

—Lo mismo que en la jugada de las sotas; esto para mí es andar con suerte; ya verá como me compongo y gano ahora hasta que me aburra.

Lo que siento será tener que ir á casa á buscar mas dinero.

Voy á esperar que venga una persona que pueda prestarme con comodidad.

Si usted por casualidad trajera dinero, podia hacerme ese pequeño servicio.

¿Cómo negarse á ese pedido, tratándose de una persona como aquella, que siempre andaba con gruesas sumas de dinero que perdia ó ganaba con la mayor indiferencia?

Aquello para Lanza era como una bolada, porqué recordaba que en la jugada de las sotas, aquella famosa jugada de que

Carlo Lanza.
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