Y perdió, haciendo experimentar á Lanza un estremecimiento en todo su cuerpo.
Aquellas emociones eran fuertísimas para Lanza, que se sentia con fiebre y con dolor de cabeza.
La suerte se ha dado vuelta, murmuró á su oido y fingiendo una gran indiferencia; mire que una buena retirada es equivalente á una victoria.
—¡Qué esperanzas! respondió su amigo; estoy sobre la veta y esto no vale nada.
Y volvió á jugar con mas fé que nunca, y volvió á perder tambien una suma que hizo disminuir de una manera notable el monton de billetes que tenia por delante.
—¡Todavía es tiempo! murmuraba á su oido, ¡todavía es tiempo!
—Ahora no vale la pena, ó lo pierdo todo ó me rehago, ¡qué diablos! esta mala veta no puede durar mucho.
Lanza estaba tembloroso y lívido, cualquiera que lo hubiese visto habria dicho que él era el jugador, y su amigo el que miraba indiferente.
Se movia á todos lados y paseaba su mirada ávida y nerviosa de la banca cargada de dinero á la baraja y de la baraja á la banca.
Le parecia mentira que su amigo despues de haber tenido tanto dinero fuera á quedarse sin un medio.
Lanza tenia tentaciones de agarrar de un brazo á su amigo y levantarlo de la mesa.
Apénas se veia ya entre el dinero que tenia por delante, un solo papel azulado de mil pesos y dos ó tres de quinientos.
El amigo esperó dos ó tres jugadas, como si espiara la segura, y puso al fin sobre una carta todo el dinero que tenia por delante.
Y de pié y con las dos manos apoyadas sobre la mesa, clavó en el naipe una mirada expresiva.
Lanza pasó entónces por el momento mas amargo de aquella noche.
Se sintió enfermo y un enfriamiento raro circuló por todo su cuerpo.
Una palidez cadavérica envolvia su semblante y la agitacion de su cuerpo era tal, que tuvo que retirarse porqué movia la mesa.
Aquel momento de suprema angustia, aunque á él le pareció que se prolongaba una hora larga, apénas duró medio minuto.
La carta vencedora cayó al fin sobre la mesa y el banquero estiró la mano recogiendo el dinero que estaba al lado de la carta.
El jugador habia perdido hasta el último peso en aquella infame jugada.
Y se levantó frio é indiferente como la vez primera, yendo seguido de Lanza á pedir otra copa de rom.
—¡Si se hubiera levantado cuando yo le dije! murmuró Carlo ¡qué buena suma habia ganado ya!