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las personas mas conocidas, habia sido aceptada la version porqué no habia ningun motivo para dudar de ella.

Carlo Lanza tenia una linda figura, vestia con elegancia lujosa, era buen mozo y sumamente simpático, no habiendo en su exterior nada que pudiera contradecir aquella fábula.

¿Por qué dudar de ella tampoco, cuando no habia ninguna prevencion contra su persona?

Su aspecto y su modo de vestir eran los de un hombre habituado desde jóven á la buena vida.

Lanza gastaba mucho dinero porqué era amigo de las comodidades y de los placeres.

Pero, ¿qué habia que extrañar en él? ¿no era rico? ¿no trabajaba con éxito en sus negocios de giros y descuentos?

Era natural que un hombre jóven, rico y que trabajaba con ahínco y dedicacion, pudiera gastar con holgura.

Sus farras y su vida licenciosa no autorizaban tampoco á dirigirle la menor recriminacion, porqué aunque se hubiera pasado la noche de claro en claro, desde las primeras horas de la mañana estaba al frente de su escritorio, de donde no se movia hasta la hora de cerrarlo.

Algunos le criticaban su amistad con los frailes y curas, tratándolo de clerical.

Pero él aseguraba que era mas liberal que Garibaldi mismo, pero que los negocios nada tenian que ver con las opiniones religiosas.

—Esos diablos de curas y frailes mandan á Europa sendas cantidades, y me dejan utilidades cuantiosas.

¿Por qué los voy á rechazar? ¿qué tiene que ver el Papa con mis negocios?

¡Lo único que yo siento es no poderlos apretar como un limon y hacerles soltar todo el jugo!

Con estas explicaciones Carlo Lanza hacia frente á toda crítica, saliendo siempre airoso.

—¿Cómo se vá á pelear una con sus comitentes porqué piensan que el Papa manda mas que Dios, si se les ocurre pensar este como cualquier otro descalabro?

Yo pienso que los giros valen un tanto por ciento y que con este tanto por ciento vivo y me divierto sin tocar un centavo de mis capitales, que aumento diariamente.

Era tal la religiosidad con que este jóven cumplia sus compromisos de dinero, que, para muchos, valia su palabra tanto como una letra de cambio á la vista.

Así, cuando Carlo Lanza decia en un negocio «ya está», palabra habitual en él para cerrarlo, no se hablaba mas del asunto, el negocio era hecho.

¿Por qué dudar entónces que fuera hijo de la rica familia de Lanza y que hubiera sido enviado por su padre para hacerle romper sus compromisos amorosos?

No tenia esto nada de asombroso ni de extraño, y como á nadie interesaba tampoco, nadie habia tratado de adquirir mejores detalles.