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Para otros, Carlo Lanza no era mas que Carlo Lanza, un jóven rico y trabajador, leal á su palabra y á sus compromisos, y esto les bastaba.

Sus depositantes recibian puntualmente sus buenos intereses ó los acumulaban al capital que creian en las manos mas seguras del mundo.

¿Qué les importaba que el depositario fuese amigo de los curas ó amigo del diablo mismo?

La cuestion era la seguridad y ganancia de sus depósitos, y nada mas.

Carlo Lanza entre tanto no era tal hijo de ricos, ni tal capitalista, ni tal enamorado.

El era natural de Biela, importante ciudad del Piamonte, patria del famoso Quintin Sella, estadista distinguido y ministro del reino de Italia en varias ocasiones.

Allí habia pasado su primera juventud, juventud borrascosa y traviesa, donde habia aguzado su natural ingenio en todo género de travesuras.

Su familia no era muy acomodada y apénas habia podido darle una mediana educacion primaria que Lanza habia aprovechado bien, porqué era naturalmente inteligente y apto para todo.

Con una educacion completa y con un buen teatro para desarrollarla, Lanza habria hecho una figura notable y distinguida.

Pero sus inclinaciones lo llevaban como con un vértigo por otro camino diverso.

En vano el padre trataba de corregirlo por todos los medios á su alcance, Carlo no tenia cura ni compostura.

Quisiéron dedicarlo á la carrera eclesiástica, porqué un hijo clérigo era un honor para muchas familias italianas.

Pero tales fuéron las farras y titeos que armaba á sus profesores y en los seminarios, que fué expulsado de todos por sus ideas diabólicamente liberales.

Lanza, á los quince años, se juntaba con la primera juventud de Biela, que lo buscaba por su genio travieso y lleno de inventiva.

El no tenia dinero, pero esto poco le importaba, pues lo tenian sus amigos, y esto bastaba.

Algunas veces sus amigos tenian que hacerlo á un lado, porqué su catadura no era de lo mas famoso.

Pero él, de un modo ó de otro, se arreglaba de manera á poder alternar con sus amigos y volvia á su sociedad y sus parrandas.

Para adquirir dinero se valia de todos los medios á su alcance, sirviéndose de toda clase de artimañas, jugadas y travesuras.

Llegó un momento en que Carlo Lanza se hizo verdadera­mente insoportable para los que tenian la responsabilidad de su porvenir.

Lo habian colocado á mérito primero, y á sueldo despues que estuvo mas práctico, en algunas casas de comercio.