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Las miradas apasionadas que lanzaba doña Emilia sobre su Carlos, la irritaban de una manera profunda.

Y aunque supiera que estaban hablando de negocios, cada vez que los veia juntos no podia dominar sus celos.

Sus compañeras, á consecuencia de sus lamentos y sus frecuentes llantos, llegáron á imponerse de sus amores, pero le guardáron secreto no solo por una contemplacion hácia ella, sinó porqué no les con venia que Lanza saliera del Casino.

Sola doña Emilia en el Casino, volveria á su vigilancia insoportable y no tendrian ya el menor momento de expansion.

Todas ellas tenian su amor y su simpatia, que Lanza les permitia recibir y aun invitar gratuitamente con la copa, á horas en que doña Emilia no podia imponerse de ello, ya por estar durmiendo, ya por andar de paseo.

Asi en el interés de todas estaba sostener á Lanza y ocultar cualquier cosa que pudiera hacerle quebrar platos con la patrona.

Asi todos estaban confabulados para dar contra los intereses de doña Emilia, que nunca los creyó mejor garantidos.

Es que doña Emilia habilmente engañada por el jóven, habia concluido por perder los estribos completamente, dejándose dominar en absoluto por el jóven.

Ya no pensaba mas que en él, al extremo de que no salia á la calle sin traerle un regalo, por insignificante que fuera, porqué lo que ella queria era demostrarle que nunca habia dejado de pensar en él.

Apurada Anita y llena de celos, queria precipitar siempre el desenlace de todo aquello, pero él la contenia siempre demostrándole que aun no era tiempo.

—Es que tú la quieres á doña Emilia, le decia llorando, y no te resuelves á separarte de ella.

—No seas niña, respondia Lanza, yo no puedo querer á una vieja que puede ser mi madre, ménos cuando mi cariño está lleno por una jóven hermosa como tú.

Lo que hay es que no me conviene precipitar los sucesos, ni te conviene á ti misma.

Precipitándose á esta altura de mi trabajo, se echaria todo á perder y nos llevaria el diablo.

Pero Anita lloraba y seguia sosteniendo que el jóven queria á doña Emilia.

¿Quien convence á una mujer celosa?

Era inútil toda argumentacion en ese sentido, y Lanza tenia que concluir por enojarse con Anita, cuyas últimas palabras eran siempre estas:

—Tú quieres á doña Emilia y no te atreves á separarte de ella.

Si no la quisieras ya te habrias apurado á concluir todo y á irte conmigo sin que ella se apercibiese del engaño.

Tanto para complacer á Anita como para estar preparado á todo evento, Lanza habia alquilado una pieza en la calle del parque, una de aquellas piezas que se alquilan bajo el honesto aviso de «para hombres solos.»