—2%=
La algarabía del patio se cuela con el vien- to por las rendijas.
El llanto en lagrimeo ardiente resbala por el rostro y cae en gotas vontinuas sobre el delantal.
Una congoja inmensa desciende sobre la criatura y la traspasa y abate. Pero de pronto, un arranque súbito de rebelión le seca las lágrimas y la enardece:
—: Qué me importa a mi? No hay Dios, es mentira, no hay Dios, y virgen tampoco hay, y tampoco hay ángeles y todo eso es una men- tira y una patraña, y tampoco hay infierno y yo me voy a portar siempre mal, siempre mal.
Desde afuera llegan más agudos la alegría y los gritos. Llega también, pesado y ambi guo un olor confuso de frituras, de humo y de óxido de carbón. ía
La madre cose en la Singer dale que da- le, El ruido del pedal, monótono, amodorran- te, acompaña su romántica canción.
Cuando den las ocho, tres horas faltan, al- guien tomará a la pequeña en sus brazos, soltará las ligaduras y la extenderá sobre el lecho, suavemente, con indulgente solicitud, pero ya el sueño, más piadoso, habrá caído sobre su aburrimiento, sobre su desconsuelo