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Pero a la criatura, la desesperación le ali- gera las piernas. Cuando el silbido de la ronda, mas que su misma presencia le de- nuncia al vigilante de parada, su instinto in- fantil, certeramente, la empuja hacia la sal- vación.
Con los brazos tendidos y las manos jun- tas, implorantes, busca su amparo.
—¡Lléveme presa, señor, lléveme presa, pero a mi casa no, por favor, a mi casa no!
Es necesaria toda la autoridad y toda la persuación para que la criatura, asida de sus manos, consienta en regresar con él.
Y esa noche no llega el castigo. Pero días después las rejas de un colegio de monjas se abren y aprisionan, cerrándose, lo sensitivo, lo inocente y lo vivaz.
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Quien quiso cubrir con velo pudoroso la simple verdad, ese, abrió los caminos tortuo- SO8.
La vida, vibrante y cadenciosa, remueve sin tregua la entraña virgen.
Hay una criatura que despierta a la vida.