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cap.
darwin: viaje del «beagle»

a causa del mal tiempo. El clima es realmente ingrato: había pasado el solsticio de verano, y, no obstante, diariamente nevaba en las montañas, y en los valles caían incesantes lluvias, acompañadas de celliscas. El termómetro centígrado se mantuvo de ordinario en los 7°, pero por las noches bajaba a los 3° ó 4°. A causa del estado tempestuoso y húmedo de la atmósfera, sin un rayo de Sol que la alegrara, el clima parecía mucho peor de lo que en realidad era.

Mientras recorríamos un día la playa cerca de la isla Wollaston, pasamos junto a una canoa con seis fueguinos, y no he visto en ninguna parte seres más abyectos y miserables. En la costa oriental, según dejo relatado, los naturales tienen mantas hechas de pieles de guanaco, y en el Oeste poseen pieles de focas. Pero entre estas tribus centrales los hombres sólo se cubren de ordinario con una piel de nutría o algún trozo de pellejo del tamaño de un pañuelo, que apenas es suficiente para cubrir desde sus hombros hasta los riñones. Llevan esas pieles atadas con cuerdas cruzando el pecho, y con el viento ondean de un lado a otro. Pero estos fueguinos de la canoa estaban enteramente desnudos, y lo propio ocurría con una mujer adulta. Llovía copiosamente, y el agua, junto con las rociadas del mar, caía por todo su cuerpo. En otro fondeadero, no muy distante, una mujer que daba de mamar a un niño recién nacido vino un día al costado del barco, y permaneció allí por pura curiosidad, mientras la nevisca caía y se acumulaba en su desnudo seno y sobre la piel de la criatura, desnuda. Estos pobres desgraciados se habían quedado raquíticos; sus horribles rostros estaban embadurnados de pintura blanca; sus pieles eran sucias y grasientas; el cabello, enmarañado; las voces, discordantes, y sus gestos, violentos. Al ver tan repugnantes cataduras cuesta creer que sean seres humanos y habitantes del mismo mundo. Hay quien se pregunta qué placeres puede ofrecer la vida de ciertos