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cap.
darwin: viaje del «beagle»

recía bien dejar a la señora sin su esposo [1]. También, estando comiendo en Coquimbo, oí maravillarse a una anciana de haber vivido bastante para comer en el mismo cuarto con un inglés; porque recordaba que siendo muchacha, en dos distintas ocasiones, al oír el grito de «¡Los ingleses», todo el mundo había escapado a las montañas, con los objetos de valor que pudo llevarse consigo.


14 de mayo.—Llegamos a Coquimbo, y allí nos detuvimos unos días. La ciudad no tiene nada de notable, fuera de su extremada quietud. Se dice que contiene de 6.000 a 8.000 habitantes. En la mañana del 17 llovió ligeramente, por primera vez en el año, durante unas cinco horas. Los labradores que cultivan trigo cerca de la costa, donde la atmósfera es más húmeda, suelen aprovechar estas lluvias para dar una primera labor a la tierra; al volver el agua siembran, y si cae por tercera vez hacen buena cosecha en primavera. Era interesante observar el efecto de esta escasa cantidad de riego atmosférico. Doce horas después la tierra parecía estar tan seca como siempre; sin embargo, a los diez días todas las colinas aparecían ligeramente matizadas de corros verdes, y la hierba brotaba en hojuelas finas, cortas y dispersas. Antes de caer este chubasco todo estaba tan desnudo de vegetación como un camino carretero.

Por la tarde el capitán Fitz Roy y yo comimos en casa de Mr. Edwards, inglés establecido en Coquimbo, conocido de cuantos han visitado la ciudad, por sus generosos sentimientos hospitalarios; y mientras estábamos a la mesa vino un súbito temblor de tierra.


  1. Se refiere aquí el autor a la profanación y robo de templos, saqueo de poblaciones y violencias de todo género cometidas en las Américas españolas desde los tiempos de Drake por sucesores de éste.—N. del T.