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cap.
darwin: viaje del «beagle»

nos, y la reina dijo que uno de los más entusiastas ¡no podía ser un himno! La regia comitiva no regresó a tierra hasta pasada la media noche.


26 de noviembre.—Por la tarde, con una suave brisa de tierra, zarpamos con rumbo a Nueva Zelandia, y a la luz del Sol poniente echamos una ojeada de despedida a las montañas de Tahiti, isla que ha recibido el tributo de admiración de todos los viajeros.


19 de diciembre.—Por la tarde vimos a lo lejos Nueva Zelandia. Ahora podíamos imaginar que casi habíamos cruzado el Pacífico. Preciso es navegar por este gran océano para comprender su inmensidad. Avanzamos durante semanas enteras sin ver otra cosa que el mismo azul y profundo océano. Aun en los archipiélagos, las islas no son mas que meras manchas, a gran distancia unas de otras. Acostumbrados a mirar su extensión en mapas dibujados en pequeña escala, donde se agrupan puntos, sombras y nombres, no formamos juicio exacto de cuán infinitamente exigua es la proporción de tierra emersa en el agua de esta vasta extensión. Habíamos pasado el meridiano de los antípodas, y ahora cada legua nos traía a la memoria el grato recuerdo de la patria, a que empezábamos a acercarnos. Estos antípodas suscitan en la imaginación las dudas y asombro de los días de la niñez. El otro día no más, tendía yo la vista adelante hacia esa barrera imaginaria, como una linea definida en nuestro retorno a casa; pero ahora veo que tanto ella como los demás sitios en que esperamos descansar son para la imaginación como sombras que huyen delante del que las persigue. Una tempestad de viento que duró algunos días nos dió amplia tregua para calcular en los ratos de ocio las futuras etapas de nuestra larga navegación hacia el suelo patrio y para desear vivamente que terminara cuanto antes.