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AL RIO DE LA PLATA.

Ponderaba el temor que tenia á los Timbúes, y la falta de seguridad para venir sin este socorro: ofrecia, como amigo, solicitar toda nuestra conveniencia, traernos mucho bastimento, y gran abundancia de otras cosas. Persuadido el capitan, no solo le dió 6, sino 50 españoles arcabuceros bien armados, encargándoles que fuesen con recato, cautela y solicitud, para librarse de los daños que podian causarles los indios que estaban á media legua de nosotros. Llegados los 50 españoles delante de sus casas, los Timbúes los recibieron con la paz de Júdas: ofreciéronles pesca y caza, y al empezar á comer, dieron sobre ellos amigos y enemigos, que los miraban con otros que se habian escondido en las casas, con tanta furia y priesa, que sino es un muchacho que se llamaba Caldero que escapó de sus manos, ninguno pudo salvarse. Y prosiguiendo su rabia, nos envistieron 10,000, y estuvieron sobre el fuerte catorce dias continuos, con intento de acabar con nosotros: pero Dios lo impidió piadosamente. Traian lanzas largas, con las espadas que habian quitado á los cristianos muertos, por puntas, y peleaban con ellas y otras armas, de noche y de dia, para tomar el fuerte, pero no pudieron.

Pasados los catorce dias, dieron la última envestida, echando porfiados todas sus fuerzas, y pegaron fuego á las casas. Salió el capitan Antonio de Mendoza con espada por un puerta, en que los indios tenian puesta celada, bien disimulada, y apenas dió en ella, cuando le atravesaron los indios con las lanzas, cayendo al punto muerto. Quizo Dios que se les acabó la comida á los indios, y no pudiendo mantenerse mas, levantaron el sitio y se fueron: con lo cual descansamos, y mas con dos bergantines que enviaba nuestro capitan de Buenos Aires, con bastimento y municiones, para que nos pudiésemos mantener hasta que volviese, que nos causó grande alegria. Pero era mayor la tristeza que la muerte de los cristianos infundió en los recien llegados, y no hallando otro modo de restaurarnos, de comun acuerdo resolvimos desamparar á Corpus Christi, y volvernos á Buenos Aires, como lo egecutamos con toda la gente. Asustó nuestra llegada al capitan, y se angustiaba vehementemente por la ruina del pueblo, no sabiendo que haria, por faltarle el bastimento y lo demas necesario para cualquier empresa.