Suplícote que en nada te detengas.
Si tú, con tus continos crecimientos,
destos fieros romanos no te vengas,
cerrado veo ya cualquier camino
a la salud del pueblo numantino.
Madre querida, España: rato había
que oí en mis oídos tus querellas,
y si en salir acá me detenía
fué por no poder dar remedio a ellas.
El fatal miserable y triste día,
según el disponer de las estrellas,
se llega de Numancia, y cierto temo
que no hay remedio a su dolor extremo.
Con Obrón [1] y Minuesa [2] y también Tera,
cuyas aguas las mías acrecientan,
he llenado mi seno en tal manera,
que las usadas márgenes revientan;
mas, sin temor de mi veloz carrera,
cual si fuera un arroyo, veo que intentan
de hacer lo que tú, España, nunca veas:
sobre mis aguas, torres y trincheas.