con acabar la vida en fin violento
y más el mío, pues al hado plugo
que yo sea de vosotros cruel verdugo.
No quedaréis, ¡oh hijos de mi alma!,
esclavos, ni el romano poderío
llevará de vosotros triunfo o palma,
por más que a sujetarnos alce el brío;
el camino más llano que la palma
de nuestra libertad el Cielo pío
nos ofrece y nos muestra y nos advierte
que sólo está en las manos de la muerte.
Ni vos, dulce consorte, amada mía,
os veréis en peligro que romanos
pongan en vuestro pecho y gallardía
los vanos ojos y las fieras manos.
Mi espada os sacará de esta agonía,
y hará que sus intentos salgan vanos,
pues por más que codicia les atiza,
triunfarán de Numancia hecha ceniza.
Yo soy, consorte amada, el que primero
di el parecer que todos perezcamos
antes que al insufrible desafuero
del romano poder sujetos seamos;
y en el morir no pienso ser postrero,
ni lo serán mis hijos.
ni lo serán mis hijos.¿No podamos
escaparnos, señor, por otra vía?
¡El Cielo sabe si me holgaría!