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que, muriendo en batalla, no se siente
tanto el rigor del último accidente.
El que privare del vital sosiego
al otro, por señal de beneficio
entregue el desdichado cuerpo al fuego,
que éste será bien piadoso oficio.
Venid; ¿qué os detenéis? Acudid luego;
haced ya de mi vida sacrificio,
y esta terneza que tenéis de amigos,
volved en rabia y furia de enemigos [1].
Sale un Numantino, y dice:
numantino
¿A quién, fuerte Teógenes, agora invocas?
¿Qué nuevo modo de morir procuras?
¿Para qué nos incitas y provocas
a tantas desiguales desventuras?
teógenes
Valiente numantino, si no apocas
con el miedo tus bravas fuerzas duras,
toma esta espada y mátate conmigo,
ansí como si fuese tu enemigo:
que esta manera de morir me place
en este trance más que en otra alguna.
- ↑ El caso de Teógenes refiérelo Valerio Máximo (III, 2), y por éste Ambrosio de Morales (Crónica general, VIII, 10), a quien probablemente leyó Cervantes.