pues ha podido más su honroso intento
que toda la potencia de romanos.
El fatigado pueblo en fin violento
acaba la miseria de su vida,
dando triste remate al largo cuento.
Numancia está en un lago convertida
de roja sangre, y de mil cuerpos llena,
de quien fué su rigor propio homicida.
De la pesada y sin igual cadena
dura de esclavitud se han escapado
con presta audacia, de temor ajena.
En medio de la plaza levantado
está un ardiente fuego temeroso,
de sus cuerpos y haciendas sustentado;
a tiempo llegué a verlo que el furioso
Teógenes, valiente numantino,
de fenecer su vida deseoso,
maldiciendo su corto amargo sino,
en medio se arrojaba de la llama,
lleno de temerario desatino,
y al arrojarse dijo: «Clara fama,
ocupa aquí tus lenguas y tus ojos
en esta hazaña, que a contar te llama.
¡Venid, romanos, ya por los despojos
desta ciudad, en polvo y humo vueltos,
y sus flores y frutos en abrojos!»
De allí, con pies y pensamientos sueltos,
gran parte de la tierra he rodeado,
por las calles y pasos más revueltos,
y un solo numantino no he hallado
que poderte traer vivo siquiera,
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