Con eso el perro se atreve.
Ven, señora, al aposento;
que, en esta pena crecida,
o yo perderé la vida,
o tú tendrás tu contento.
¡Padre del cielo, en cuya fuerte diestra
está el gobierno de la tierra y cielo;
cuyo poder acá y allá se muestra
con amoroso, justo y santo celo!
Si tu luz, si tu mano no me adiestra
a salir deste caos, temo y recelo
que, como el cuerpo está en prisión esquiva,
también el alma ha de quedar cautiva.
En vos, Virgen santísima María,
[entr]e Dios y los hombres medianera,
de mi mar incierto cierta guía,
Virgen entre las vírgenes primera;
en vos, Virgen y Madre, en vos confía
mi alma, que sin vos en nadie espera,
que la habéis de guiar con vuestra lumbre
deste hondo valle a la más alta cumbre.
Bien sé que no merezco que se acuerde
vuestra eterna memoria de mi daño,
porque tengo en el alma fresco y verde
el dulce fruto del amor extraño;
mas vuestra alta clemencia, que no pierde