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Ofrecióse a mis ojos la ribera
y el monte donde el grande Carlo tuvo
levantada en el aire su bandera,
y el mar que tanto esfuerzo no sostuvo,
pues, movido de envidia de su gloria,
airado entonces más que nunca estuvo [1].
Estas cosas volviendo en mi memoria,
las lágrimas trajeran a los ojos,
forzados de desgracia tan notoria.
Pero si el alto cielo en darme enojos
no está con mi ventura conjurado,
y aquí no lleva muerte mis despojos,
cuando me vea en más seguro estado,
o si la suerte o si el favor me ayuda
a verme ante Filipo arrodillado,
mi lengua balbuciente y casi muda
pienso mover en la real presencia,
de adulación y de mentir desnuda,
diciendo: «Alto señor, cuya potencia
sujetas trae las bárbaras naciones
al desabrido yugo de obediencia;
a quien los negros indios con sus dones
reconocen honesto vasallaje,
trayendo el oro acá de sus rincones;
despierte en tu real pecho coraje
la desvergüenza con que una vil oca
aspira de continuo a hacerte ultraje.
Su gente es mucha, mas su fuerza es poca,
- ↑ Alusión a la expedición de Carlos V contra Argel, en 1541, y a la tormenta que hundió las naos y galeras.