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¡Ay, Silvia! ¡Cómo me ofendes
y me lastimas temprano!
¿Yo, mi señora? ¿En qué suerte?
Escucha y te lo diré:
que, en oyéndome, bien sé
que vendrás de mí a dolerte.
Has de saber, ¡oh Silvia!, que estos días
partieron deste puerto con buen tiempo
doce bajeles, de cosarios todos,
y con próspero viento caminaron
la vuelta de las islas de Cerdeña,
y allí, en las calas, vueltas y revueltas,
y puntas que la mar hace y la tierra,
se fueron a esconder, estando alerta
si algún bajel de Génova o de España,
o de otra nación, con que no fuese
francesa, por el mar se descubría.
En esto, un bravo viento se levanta,
que maestral se llama, cuya furia
dicen los marineros que es tan fuerte,
que las tupidas velas y las jarcias
del más recio navío y más armado
no pueden resistirla, y es forzoso
acudir al abrigo más cercano,
si su rigor acaso lo concede.