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y atraerla con dulces sentimientos
a que sienta la pena que padece
esta mísera esclava de su esclavo;
y si esto, Silvia, haces, yo te juro
por todo el Alcorán de buscar modo
cómo con brevedad alegre vuelvas
al patrio dulce suelo deseado.
Deja, señora, el cargo a Silvia dello,
que tú verás lo que mi industria hace,
por gusto tuyo y por provecho mío.
¡Oh sancta edad; por nuestro mal pasada,
a quien nuestros antiguos le pusieron
el dulce nombre de la edad dorada!
¡Cuán seguros y libres discurrieron
la redondez del suelo los quen ella
la caduca mortal vida vivieron!
No sonaba en los aires la querella
del mísero cautivo, cuando alzaba
la voz a maldecir su dura estrella.
Entonces libertad dulce reinaba
y el nombre odioso de la servidumbre
en ningunos oídos resonaba.
Pero después que sin razón, sin lumbre,
ciegos de la avaricia, los mortales,
cargados de terrena pesadumbre,