descubrieron los rubios minerales
del oro que en la tierra se escondía,
ocasión principal de nuestros males,
éste que menos oro poseía,
envidioso de aquél que, con más maña,
más riquezas en uno recogía,
sembró la cruda y la mortal cizaña
del robo, de la fraudes y del engaño,
del cambio injusto y trato con maraña.
Mas con ninguno hizo mayor daño
que con la hambrienta, despiadada guerra,
que al natural destruye y al extraño.
Esta consume, abrasa, echa por tierra
los reinos, los imperios populosos,
y la paz hermosísima destierra,
y sus fieros ministros, codiciosos
más del rubio metal que de otra cosa,
turban nuestros contentos y reposos,
y, en la sangrienta guerra peligrosa,
pudiendo con el filo de la espada
acabar nuestra vida temerosa,
la guardan de prisiones rodeada,
por ver si prometemos por libralla
nuestra pobre riqueza mal lograda.
Y así, puede el que es pobre y que se halla
puesto entre esta canalla al daño cierto,
su libertad a Dios encomendalla,
o contarse, viviendo, ya por muerto,
como el que en rota nave y mar airado
se halla solo, sin saber do hay puerto.
Y no tengo por menos desdichado
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