una saeta que me pase el pecho,
y esta alma de las carnes se despegue,
que tan a costa mía su provecho
y tan en daño vuestro procurase,
aunque él quede de mí mal satisfecho.
Si en este caso, Aurelio, nos bastase
mostrar a éstos voluntad trocada,
sin que el daño adelante más pasase,
tendríalo por cosa yo acertada,
porque deste fingir se granjearía
el no estorbarnos nuestra vista amada.
Dirás a Zahara que por causa mía
no te muestras tan áspero, y yo al moro
diré que mucho puede tu porfía,
y guardando los dos este decoro
con discreción, podremos fácilmente
aplacar con el vernos nuestro lloro.
El parecer que has dado es excelente,
y haráse cual lo ordenas, y entretanto
quizá se aplacará el hado inclemente.
Yo escribiré a mi padre en el quebranto
en que estamos los dos. Tú, Silvia, puedes
escribir a los tuyos otro tanto.
Y porque a veces tienen las paredes,
según se dice, oídos, Silvia mía,
agradeciendo al Cielo estas mercedes,
pasemos esta plática a otro día.