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ron toda la cuaresma enseñando la doctrina cristiana á los infieles que salían de la montana: con ellos hacían sus procesiones y celebraron la Semana Santa, en la que comulgaron algunos que se juzgaron capaces; los demás asistian á los divinos oficios dando grandes muestras de devoción. Tan felizmente iba guiando Dios los trabajos de los Padres, que ya contaban 130 convertidos y muchos párvulos bautizados; y sabiendo las numerosas naciones que habitaban aquellos páramos, les pareció ya era tiempo de pedir operarios que ayudasen á segar tan copiosa miez. Con esta mira escribió el P. Comisario al P. Provincial dándole cuenta de lo obrado y avisándole la necesidad que habia de Ministros.

Pero cuando mas gustosos se hallaban estos obreros Evangélicos, viendo los copiosos frutos que cojian de sus trabajos, el enemigo del género humano comenzó á sembrar zizaña entre los nuevos cristianos: primeramente introdujo discordias y enemistades entre los indios Lencas y Mejicanos que vivían juntos: a esto ocurrió con pronto remedio el P. Fr. Estevan formando barrios separados a cada nación y señalándoles distinto Ministro para que los instruyese. El segundo medio de que se valió el demonio para destruir la nueva cristiandad, fué infundir un odio mortal á los indios infieles contra los convertidos y los misioneros: movidos de esta ciega pasión, dispusieron dar fuego á toda la población; pero antes con gran secreto procuraron ya con promesas, ya con amenazas, sacar del pueblecillo á los indios Lencas y Taguacas. Viendo los Padres que cada dia se les ausentaban mas individuos de estas dos naciones, comenzaron á hacer inquisición de cual era la causa de esta novedad, preguntando con cautela á los indiecietos: uno de estos hubo de decirle al P. Comisario que supiesen que los indios infieles intentaban quemarlos, y asi, si querían escapar, huyesen, porque por lo que habia oido, para aquella noche estaba dispuesto el incendio. Era ya entrada la noche cuando esto se supo: declaróles el P. Verdelete á los compañeros lo que pasaba, y fervorizados todos, y encendidos en vivos deseos de dar la vida por Jesucristo, trataron de disponerse y esforzarse para ofrecer
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