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que el Capitán Daza los llamaba, y pidiéndoles la carta, les contaron varias mentiras, que ellos como hombres sencillos tuvieron por verdades, aunque algunos de los soldados los persuadían á que no se fiasen de aquellos traidores; mas estos hombres apostólicos, llenos de zelo por el bien de las almas y anhelando por la corona del martirio, respondieron que esta era la ocasión mas feliz de lograr lo que tanto habían deseado; y entrándose en las canoas con algunos soldados, caminaron rio abajo buen trecho, hasta dar vuelta á una colina, en cuyo declive vieron innumerables indios pintados de negro, armados de lanzas, con penachos de plumas, y también divisaron en una lanza muy alta la cabeza del Capitán Daza, y en otras las manos de algunos españoles. El P. Fr. Estevan, cuya canoa tomó tierra primero, comenzó á predicarles á aquellos aleves, afeándoles su traición, abominándoles sus idolatrías y amenazándoles con la justicia de Dios; lo que lejos de amansarlos, los enfureció mas, y tocando unos pitos, cayeron todos sobre el Santo mártir y le dieron muchos golpes y heridas que recibió hincado de rodillas, pidiendo á Dios por sus homicidas, á imitación del otro Estevan. Últimamente lo atravesaron con una lanza y le cortaron el casco de la cabeza, en cuyo acervo tormento dio el alma á su Criador. El P. Fr. Juan de Monteagudo recibió la corona del martirio, que tanto habia deseado, en la misma canoa en que venia. La misma suerte lograron algunos de los soldados que iban con los Padres. Sucedió la feliz muerte de estos confesores de Jesucristo, según el cómputo mas probable, el 16 de Enero, dia en que la Religión Seráfica celebra el triunfo de sus primeros mártires, el año de 1612.

Celebraron estos bárbaros hecho tan inhumano con un solemnísimo banquete, en que sirvieron de único plato los brazos, muslos y piernas de los Santos mártires y los cascos de sus cabezas de tazas para beber. Las casullas y ornamentos sagrados aplicaron para vestidos de que usaban en sus danzas: de los cálices y vinajeras hicieron pendientes para colgarse en las orejas y narices. Mas no quedó sin castigo tan terrible profanación de los vasos y ornamentos sagrados; pues de los que concur-