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372 ISONDÚ


128.

La deshojadura.

¡Cantad, cantad, gusanilleras, que la deshojadura gusta de los cantos! Hermosos son los gusanos de seda y duer- men su tercera dormida. Las moreras están pobladas de muchachas a ¡:ienes el buen tiempo ha puesto alegres y juguetonas como un enjambre de rubias abejas que va robando la miel a los romeros del pedregal.

Deshojando las ramas, ¡cantad, cantad, gusanilleras! Mireya está cogiendo la hoja en una hermosa mañanita de mayo. Aquella mañana, por arracadas a sus orejas, la coquetuela, se ha puesto dos cerezas... Vicente aquella mañana pasó por allí de nuevo. En su gorro de escarlata, como usan los ribereños de los mares latinos, llevaba garbosamente una pluma de gallo y andando por las veredas ahuyentaba las vagabundas culebras, y con su bastón golpeaba los sonoros montones de guijarros haciendo saltar las peladillas.

— ¡Vicente! ¡Vicente! — exclamó Mireya desde las verdes calles de árboles. — ¡Pasas muy de prisa!

Vicente al momento volvió la cabeza hacia la planta- ción y divisó a la muchacha posada sobre una morera como una alegre cogujada, y voló hacia ella gozoso.

— ¿Va bien la deshojadura, Mireya? — le dijo al llegar.

— Todo se deshoja poco 2 poco — contestó la niña.

— ¿Queréis que os ayude?

— Sí.