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XX
Prosigo el cuento. Aquel amor tranquilo,
la santa paz y la ventura aquella,
se oscurecieron en dolor. De un hilo
pende la dicha. Rápida la estrella
al horizonte marcha, y yo vacilo
entre dejar la fulgurante huella,
ó describir cómo se pone un astro
de alma de luz y carne de alabastro
XXI
Porque era un astro en marcha al horizonte
Silvia enferma, doliente, quejumbrosa;
era más, era el sol que tras el monte
esconde la cabeza perezosa.
No seré yo quien sin temor afronte
el caso de decir cómo una rosa
empalidece, á marchitar empieza,
y dobla sobre el tallo la cabeza.