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24 — Recuerdos de un pintor

arrancarle lo que tiene de joven y bello; inundarla de sol, perseguir como á cruel enfermedad el estéril hastío; bañarse en idealidades, aunque resulten nieblas azules, si son capaces de engendrar un espejismo de bienes en el mundo. ¡0h! bienhechora enseñanza de aquel rincón de cariño!


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La esposa de don Pedro me cautivó por completo: era todo un tipo. Su fuerte inteligencia vivía inalterable bajo sus canas. Sus ojos despedían á veces destellos de brasa moribunda que asoma momentánea entre cenizas. Había de niña viajado por Europa; admiraba su memoria llena de la visión de cuadros antiguos, así como la lucidez de su juicio robustecido en la lectura. Su voz no acostumbrada á acariciar hijos, tenía cierta ternura maternal el dirigirse á mí, y cierto dejo melancólico, único que se le traslucía como á través de una esperanza de otro tiempo. El orgullo de su familia, venida á menos, se le salía á cada instante, y cuando hablaba de ciertas cosas, con cierto tono, parecía querer pulverizar una sociedad nueva, con su mano de aristócrata, amarillenta ya, en su pellejo veteado y tirante. Mi situación, en algo igual á la suya, hizo que su simpatía se convirtiera en afecto: y mi respeto se fué haciendo