arrancarle lo que tiene de joven y bello; inundarla de sol, perseguir como á cruel enfermedad el estéril hastío; bañarse en idealidades, aunque resulten nieblas azules, si son capaces de engendrar un espejismo de bienes en el mundo. ¡0h! bienhechora enseñanza de aquel rincón de cariño!
La esposa de don Pedro me cautivó por completo: era todo un tipo. Su fuerte inteligencia vivía inalterable bajo sus canas. Sus ojos despedían á veces destellos de brasa moribunda que asoma momentánea entre cenizas. Había de niña viajado por Europa; admiraba su memoria llena de la visión de cuadros antiguos, así como la lucidez de su juicio robustecido en la lectura. Su voz no acostumbrada á acariciar hijos, tenía cierta ternura maternal el dirigirse á mí, y cierto dejo melancólico, único que se le traslucía como á través de una esperanza de otro tiempo. El orgullo de su familia, venida á menos, se le salía á cada instante, y cuando hablaba de ciertas cosas, con cierto tono, parecía querer pulverizar una sociedad nueva, con su mano de aristócrata, amarillenta ya, en su pellejo veteado y tirante. Mi situación, en algo igual á la suya, hizo que su simpatía se convirtiera en afecto: y mi respeto se fué haciendo