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66 — El último canto

La función sigue su curso. El público aplaude siempre con entusiasmo: ¡buena noche aquella para el arte!

Ya Margarita en las angustias del crimen, ha sentido la oración congelada en sus labios, y maldecida por Valentín, y desamparada en el mundo, ha vuelto los ojos al cielo que la espera redimida en el jardín de los ángeles. Venid á oir los últimos cantos, desde el camarín lúgubre, donde Frank, sin volver de un síncope, muere.

Telones viejos, que cuelgan de las sucias paredes, dan la sensación del hastío, en atmósfera infecta de gas escapado y humedad subterránea. Las bailarinas con sus faldas de tules y sus batas de calle; Mefistófeles con su pluma de gallo aún y su traje negro y rojo; el enjambre de coristas á medio vestir; todos comentan el caso con aspavientos y extrañas actitudes, que les hacen parecer locos que cuentan alguna visión á las luces del pasillo.

— Se ha ido haciendo un servicio — dice un hombrecillo que toca el contrabajo. Y lo dice, con el acento de quien pronuncia una oración fúnebre, porque Frank deja á un amigo en su puesto de orquesta.

Condujeron el cadáver por la escena iluminada, frente á la sala sumergida en penumbra