Página:Cuentos (Ángel de Estrada).djvu/89

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
Una velada — 79

corazones raíces de fuego del árbol divino. Era así, suave y terrible; jovial á veces, pero hasta entonces imponía, porque la risa era como una profanación de su rostro...

Al oirle invocar á Dios, exclamó gangosamente el médico:

— Padre; ¿qué remedio dá ese señor para que no mueran en una ciudad cientos de honradas personas?

— Aprended á hablar claro y después oiré con placer blasfemias...

El otro iba á contestar cuando un nuevo interlocutor se añadió al grupo. Con el pellejo sobre los huesos, los ojos hundidos bajo fuertes cejas, debía, dentro del marco de la puerta, parecerse á Lázaro resucitado.

— ¿Hablabais?

— De las pestes.

— Charla de actualidad — añadió Benítez.

— Vaya un gozo... Él no deseaba sino imágenes alegres, muy alegres. Le veían los campos bajo el sol, bebiéndose los colores de las mieses, absorbiéndose la savia de los árboles sintiendo como que la luz se le filtraba en las venas para rejuvenecer con cariño su sangre. Y olvidado de la ciudad desolada; de nuevo en la vida, después de cruzar la muerte, derramaba una onda de ternura sobre todo aquello que en delicioso abandono respiraba salud, paz y alegría.