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CUENTOS

que apenas arrancaban uno que otro rugido de desesperación ó de fatiga á los cobres del gobierno, resabiados y mañeros de tanto trabajo en los banquetes de ó á Su Excelencia, en las manifestaciones de los amigos, en las procesiones de los santos, en la bienvenida á las personas notables, en las funciones oficiales y en cuanta ocasión creen conveniente meter bulla para arrancar una muela al pueblo.

Llegaron el desabrimiento y la chirlura á tal extremo, que hasta el mismo don Baltasar hubo de advertir que lo necesario era comer, y previo permiso de Su Excelencia, ― quien hacía rato departía de política electoral con un grupo de amigos en el patio, ― indicó con su melosa cortesía que podían pasar al ambigú, donde se les serviría cualquier cosa para entonar el cuerpo.

¡Cómo cambió de aspecto, entonces, el festín de don Baltasar! Él sólo se colgó de los brazos unas cuantas viejas que ya no veían las horas de cambiar