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CUENTOS

Ya no podía distinguir el sueño de la realidad; veía aquellos seres, sentía los terrores y la fascinación de sus miradas, el frio espeluznante de sus dedos puestos sobre mi cara y la atmósfera caldeada por las llamas en que cruzaban con siniestro ruido de incendio; mis sienes latían con demasiada celeridad, batía mi corazón con golpes de minero que estuviese por abrir salida á un subterráneo; tuve que incorporarme, tocarme la frente, verificarme á mí mismo para convencerme de que no estaba en ese mundo aparente.

De súbito estalló muy cerca de aquella casa, en los aires, el tañido grave, hondo, solemne y formidable, de una campana del templo vecino. Debía estar muy alto, porque durante largos momentos oíanse aún con intensidad las oscilaciones del estampido, como si se fuese por mundos remotos, despertándolos para que se pongan á rezar, ó para que recuerden lo perecedero y transitorio de sus días.