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CUENTOS

Por más que hizo Mauricio para llegar á tiempo de oir la misa, sus pensamientos no se lo permitieron, y deteniéndose á cada momento, echaba un trago de aguardiente, cobraba nuevos bríos y seguia la marcha. Así, cuando llegó á los primeros cercados del villorío de las fiestas, ya todos estaban de baile, y lo que era de notarse, ya su cabeza no venía muy dueña de sus facultades.

Una olcada de piadoso remordimiento sintió levantarse en su corazón cuando vió cerrada la descolorida puerta del templo, como si se le negase á él solamente el derecho de ir á doblar la rodilla delante de la Virgen. Hay que confesar que en ese instante Mauricio tuvo miedo de algo desconocido que su ignorancia y la turbación de sus sentidos no le permitieron determinar claramente; sólo, sí, que le temblaron las carnes y un frío agudo recorrió por dentro de sus venas.

—"No hay más remedio,—se dijo para