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CUENTOS

sa. A cada momento surgían de las sepulturas llamaradas pálidas que iban á perderse en otros sitios, como si los muertos se entretuviesen en juegos infantiles desde el fondo de sus cuevas.

La mula que se había quedado de pie como otras veces, velando el estúpido sueño de su amo, no pudo resistir más tiempo, lanzó un estridente bufido de terror y emprendió la fuga hacia la casa de Mauricio, dejándole solo, como un muerto más entre los muertos. Las aves y los roedores nocturnos, residentes venturosos de los pobres cementerios de aldea, sintieron alarma aquella noche: ¡algo extraordinario había en la pacifica morada de sus banquetes opíparos! Las lechuzas siniestras volaban hacia los árboles cercanos con su grito fatídico; los zorros audaces se acercaban hasta olfatear el cuerpo de Mauricio, y aleccionados por su astucia insuperable, contentábanse con arrancar del tirador, de las botas ó de las espuelas del mozo, algunos cordones de cuero...