la producción de su caudal cristalino, el único que alimentaba á hombres, bestias y plantas, y caían rendidos, doblegados por la sed y la fatiga.
Y el sol quemaba, abrasaba, ardía desde la mañana hasta la tarde, y entonces los ardores acumulados en el suelo empezaban á surgir hacia arriba, para no dar descanso á la naturaleza aletargada.
Era necesario implorar á Dios, á los santos benefactores, á la corte entera de los cielos, y aquella aldea creyente, agotados los esfuerzos del trabajo, reunióse para celebrar una procesión, para pedir el auxilio de la divinidad y aplacar su terrible cólera.
No había en todo el lugarejo sino un Niño-Dios de cera, pequeñito pero rosado y transparente, con unos ojos y unos labios risueños, cabello rubio y ensortijado; era el que todos los años, para Navidad, ocupaba su sitio en el pesebre, rodeado de todas las primicias, — los primeros racimos de uva, la mata