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Cuentos Clásicos del Norte

—Quizá,— hizo observar maliciosamente la nieta del coronel Jóliffe, cuyo elevado espíritu sentíase indignado por tantas burlas contra la Nueva Inglaterra; —quizá si tendremos una cuadrilla de figuras alegóricas. La Victoria, con los trofeos de Léxington y Búnker Hill; la Prosperidad, con su cuerno superabundante, para representar el actual bienestar de nuestra buena ciudad; y la Gloria, brindando una corona para las sienes de vuecencia.—

Sir Wílliam Howe sonrió a estas palabras, a las cuales habría respondido con su ceño más sombrío, a ser pronunciadas por labios bigotudos. Vióse libre de la necesidad de replicar por una singular interrupción. Escucháronse ecos de música fuera de la casa, como si procedieran de alguna banda militar completa, estacionada en la calle y tocando una lenta marcha fúnebre, en vez de los alegres sones requeridos por las circunstancias. Parecía que los tambores estuvieran ensordecidos y que las trompetas exhalaran gemidos, de manera que tales ecos apagaron inmediatamente el regocijo del auditorio, llenando a todos de sorpresa y a muchos de aprensión. Ocurrió a varios de los circunstantes la idea de que el cortejo de las exequias de algún elevado personaje se había detenido a las puertas de la casa provincial, o también que algún suntuoso ataúd, cubierto de terciopelo y lujosamente decorado, estaba a punto de ser sacado por el portal. Después de escuchar por un momento, llamó Sir Wílliam Howe con áspera entonación al director de orquesta que antes había animado la