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Cuentos Clásicos del Norte

Otro grupo de personajes había descendido en parte la escalera. Venia primero un venerable patriarca de barba blanca, que tentaba cuidadosamente su camino con una vara. Siguiendo sus huellas con premura y extendiendo su mano cubierta del guantelete como para coger el hombro del anciano, adelantábase una figura alta y de aspecto marcial, con casco de acero empenachado de plumas, brillante escudo y larga espada cinto, que resonaba contra los peldaños. El que venía en seguida era un hombre robusto, ataviado con traje rico y de corte, pero dejando notar al instante, sin embargo, que no era un cortesano; su marcha tenía el movimiento oscilatorio que distingue a los marinos; y habiendo tropezado por azar en la escalera, púsose iracundo súbitamente y se le oyó mascullar un juramento. Inmediatamente detrás aparecía un personaje de noble continente, con peluca rizada como la que se ve en los retratos del riempo de la reina Anne y en otros anteriores a aquella época; y ostentando una estrella bordada en la pechera de su casaca. Mientras avanzaba hacia la puerta, saludaba a derecha e izquierda de manera muy graciosa e insinuante; pero, a diferencia de los primeros gobernadores puritanos, llegando al dintel, pareció agitar las manos con pesar.

—Mi buen doctor Byles, haced la parte del coro, os ruego, —dijo Sir Wílliam Howe. —¿Quiénes son estos ilustres varones?

—Con el permiso de vuecencia,— respondió el doctor, —éstos florecieron un poco antes de mis